Fin del verano
Sandrita y la tanga rota pasan por radio la música más tonera del verano. Sandrita tiene una voz sensual, repite constantemente que su tanguita está rota y se escucha el sonido del mar. Pablo se saca los audífonos y sale a la terraza que da al jardín. Su hermano y sus amigos jugaban un extraño juego de cartas. Cuando se saca los audífonos, Pablo escucha a Sandrita decir “ups, se rompió mi tanguita”.
- ¡Cómo estás Pablo!
- Bien, bien…
Javier era el amigo de Julio que mejor le caía a Pablo. Javier siempre se animaba cuando veía a Pablo, y le decía:
- ¿Qué estás escuchando? Alguna pastrulada seguro…
- Oye, siéntate pues… -dijo Julio.
- No, no, gracias.
Julio y sus amigos se quedaron mirándolo un buen rato.
- ¿Y qué están haciendo?
- Jugamos cartas.
- Sí -dijo Javier.
Al costado de Javier estaba Mariza, su enamorada, que era periodista. Junto a Julio estaba Sofía, y después Rafa, que estaba buena, y junto a ella había dos tipos que se miraban y cuchicheaban cosas al oído.
- ¿Quieres jugar?
- No, no gracias -Pablo se sentó en una grada antes de llegar al jardín y dijo-. Prefiero mirar.
El juego era notablemente complicado, tomando en cuenta que el único objetivo real parecía ser tomar cerveza. Consistía en tirar una carta, dependiendo de cual salga uno tenía que tomar un sorbo de su vaso. Así había castigos, condiciones absurdas como tocarse la nariz con el pulgar derecho y cosas por el estilo. A Pablo le pareció tedioso quedarse ahí mirando.
- Nueve de diamantes: verdad o castigo.
- ¡Verdad o castigo! -gritaron al unísono.
- A ver a ver… -dijo Julio, juntando ambas manos a la altura de su pecho-. ¿Algo que no le haya dicho a nadie nunca?... -se lo pensó un rato.- Yo… nunca me he afeitado… toda la barriga…
La mesa explotó en risas. A Pablo le pareció desagradable escuchar eso de su hermano. Sofía dijo:
- Con razón pues.
Siguieron jugando. Con determinaba carta uno podía imponer reglas al momento de tomar, como pararse y darse una vuelta completa en su sitio. Pablo subió a su cuarto un rato y cuando regresó las reglas eran tan complicadas y absurdas que en determinado momento todos tuvieron que darse una vuelta en fila india alrededor de la mesa.
Finalmente tocó otra vez verdad o castigo. Fue a uno de los chicos sin nombre. Dijo que no se le ocurría nada hasta que:
- Yo nunca… me he metido… el dedo.
La gente en la mesa se quedó callada. Sofía asintió con la cabeza y dijo que era muy razonable. Rafa tenía cara de haber visto un fantasma.
Siguió el juego. Julio hablaba y se reía. En determinado momento, Rafa dijo:
- Yo nunca he agarrado con tres chicos en una sola noche.
Al rato le tocó verdad o castigo a Mariza, y dijo:
- Yo nunca he agarrado en el micro.
- ¿Cómo que no? -le preguntó Javier.
- O sea, agarres bravos.
La gente asintió.
- ¿Y los agarres después de la universidad?
- No.
Pablo miró a Rafa de reojo y se fue a la cocina. Ella usaba lentes de montura gruesa y su pelo era castaño oscuro, lucía un buen bronceado. Pablo se sirvió un vaso de cerveza. Abrió la refrigeradora y sacó queso y jamón para prepararse un pan. Cuando cerró la puerta del refrigerador, Rafa estaba ahí.
- ¿Metieron el vino a la refri? -preguntó.
- No -dijo Pablo, un poco atontado, negando con la cabeza-, creo que está ahí afuera.
- Ah -Rafa asintió-. ¿Y tú por qué no juegas?
Pablo abrió la refrigeradora y metió lo que había sacado.
- No sé. Creo que me aburro. Más me gusta conversar.
- Sí, a mí me pasa lo mismo.
Pablo agachó la cabeza y se dio cuenta que Rafa tenía un short verde de baño.
- ¿Tú también te vas a meter a la piscina?
- Sí -Rafa asintió-. Aunque ya me está dando frío.
- Es marzo.
Pablo y Rafa asintieron.
Cuando volvieron al jardín, todos se estaban riendo por algo. De pronto Mariza se puso de pie y se fue al baño. Le había tocado verdad o castigo y ella había dicho algo de un ex enamorado suyo. Javier, que era algo robusto, apagó el cigarrillo en el cenicero. Sacó una carta y la puso boca arriba sobre la mesa. Le tocó verdad o castigo. Dijo:
- Una vez, en una fiesta, me encontré a una ex y me la tiré.
Se quedaron callados. Se miraron los unos a los otros. Pablo, que estaba algo lejos, se dio cuenta que en la oscuridad del interior de la casa estaba Mariza. Hubo unos quince segundos en los que no pasó nada, y no se escuchó nada, excepto la voz de Sandrita junto a las olas del mar, diciendo que el verano ya se acaba.
Javier fue el último en darse cuenta de lo que había pasado. Se dio el lujo de estirar las piernas, levantar los brazos, bostezar. Fue entonces que Pablo se dio cuenta que todos estaban en ropa de baño, con toallas, le pareció incluso ver un bronceador. Javier estaba prendiendo otro cigarrillo cuando vio que Mariza estaba todavía ahí.
Pablo llegó a darse cuenta que Mariza era la única que estaba sin ropa de baño. Llevaba un pantalón y una camisa a cuadros totalmente pasados de moda. Además, tenía el pelo corto, a la altura de las orejas, y anteojos. Miró a cada uno de los que estaban en la mesa y dijo:
- Tengo… tres semanas… de embarazo.
Sin un solo gesto en la cara, añadió:
- Pero no es tuyo, Javier.
Cuando Mariza se fue, Javier seguía con esa expresión estúpida en la cara. Uno de los chicos sin nombre le susurró algo al oído del otro. Pablo escuchó que una de las chicas decía algo sobre meterse a la piscina en aquel preciso instante. Javier, después de tomar aire, dijo:
- ¡Vaya! Qué alivio.
Pablo, después de quedarse callado un rato, se sentó en la mesa, en el sitio que había dejado Mariza, entre Javier y su hermano, y dijo:
- Bueno, ¿quién va a lo de Santana?
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